
Sammy Sosa ya no tiene nada más que demostrar en las Grandes Ligas. Su impronta está a la vista de todo.
Ha sido, y la posteridad así lo reconocerá, uno de los más grandes bateadores de poder de todas las épocas. El hombre que con su carisma y sonrisa de niño bueno le devolvió junto al mastodonte Mark McGwire el atractivo al béisbol, en un momento sombrío por el que atravesaba ese pasatiempo norteamericano.
Ha demostrado el petromacorisano que todavía puede ser productivo a un buen nivel, y que por ende, los equipos se equivocaron con ignorarlo el pasado año al cuestionar sus cualidades como bateador.
Ser el quinto jugador en más de 100 años de historia en conectar 600 o más cuadrangulares, juntando su nombre y colocando la República Dominicana al lado de Hank Aaron, Barry Bonds, Babe Ruth y Willie Mays, muestra y mostrará a través de los años su dimensión y peso específico en las Grandes Ligas.
Sosa tiene en su haber más de 1,600 carreras remolcadas, 370 dobles, 2,360 hits, el único jugador en la historia con tres temporadas por encima de 60 jonrones y cuatro de 50 ó más consecutivas.
A esto se le agrega el carisma, su magnetismo, que atrajo a millones de seguidores en el planeta desde Chicago hasta Japón, que lo convirtió en un embajador de buena voluntad del béisbol de las Mayores.
Su ingreso al templo de los inmortales con sede en Cooperstown, Nueva York, sólo es cuestión de tiempo.
Por lo antes expuesto me surge la interrogante, ¿Para qué insistir en seguir por más tiempo si lo que puede es estropear sus números y terminar en haciendo el ridículo como otros grandes, verbigracia, Willie Mays?
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